Hace unos 5 años, en el diario Expansión (España), el presidente del Consejo Europeo, Herman Van Rompuy, aseguraba entonces que vigilar la evolución de los costes salariales es "clave" para que la Eurozona no siga perdiendo competitividad y defendió la necesidad de coordinar medidas para afrontar este problema, aunque respetando la soberanía de cada país. Días atrás, Mario Draghi, presidente del Banco Central Europeo (BCE) reiteró lo mismo, haciendo incapie en que la legislación laboral sobre protege a los mayores y desprotege a los trabajadores jóvenes.
Desde hace muchos años se sabe que una cosa es el salario del trabajador y otra los costos totales que implica tenerlo. Para algunos, la solución práctica ha sido hablar y negociar en términos brutos (todo incluido) y que sea el trabajador el que calcule cuanto es lo que recibirá mensualmente. No obstante, esta regla práctica no parece ser muy útil en países con sueldos muy bajos cercanos al salario mínimo o en muchos casos con tendencia al salario promedio. De otro lado, el trabajador que necesita un flujo de caja mensual no desea hablar en términos brutos sino en netos, es decir, necesita saber cuanto es lo que efectivamente recibirá a finales de cada período trabajado. Esta eterna divergencia hace que el tema de los costos salariales (también conocidos como sobrecostos ó costos extra-salariales) no cese de existir.