Publicado originalmente en Revista Ethica:
"Todos tenemos amigos. Algunos más, algunos menos. A todos nos gusta pasar momentos de ocio y/o trabajo con ellos. Es una manera de cómo se manifiesta la naturaleza social del ser humano. De ello, es natural que se conformen grupos o círculos de amigos, donde se realizarán actividades distintas, pero complementarias, a las actividades de la esfera personal o estrictamente familiar. Así mismo, también es propio que los grupos sean dinámicos, es decir, que en el camino se vayan incorporando nuevos amigos, se vayan a alejando otros o bien los grupos de amigos se fusionen o se escindan en dos o más grupos. Al respecto, el elemento que une al grupo es un denominador común, ya sea un centro educativo, un área geográfica, una cercanía familiar, una forma de pensar, un objetivo en común, una adhesión o fanatismo (en el buen sentido) a un ídolo, entre otros. Y en eso los jueces y fiscales no parecen ser distintos, pues al igual que todo ser humano comparten ese deseo de pertenencia y de realización".
No obstante lo valioso de una amistad, sobre todo por la capacidad de generar lazos muy fuertes entre los seres humanos, también tiene un poder destructivo, si es que los amigos en conjunto desean realizar actividades contrarias a la moral, la ética, las buenas costumbres o la ley. En su forma más simple y macro-inofensiva, los grupos de amigos adolescentes a veces generan pequeños actos de vandalismo o actos más allá de lo que pueda ser considerado una conducta ecuánime, como una forma de manifestación de la unidad, identidad ó exposición del grupo a la sociedad o ante otros grupos. Una suerte de mundo tribal. Esta sensación de adrenalina de ver que el grupo es una causa y un fin en sí mismo permite estrechar aún más los lazos del mismo, y sugiere que puede influir y afectar el mundo que lo rodea. Lo cierto es que para muchos es más fácil tomar decisiones dentro de un grupo de amigos ó para un grupo de amigos, dado que eso evita o minimiza la posibilidad de roces o conflictos en el proceso, facilita la predictibilidad de la decisión y permite mantener los beneficios de la misma dentro del grupo.
Estas afirmaciones parecen tanto verdades de Perogrullo como inofensivas, pero si las combinanos con posiciones de poder y un cero costo privado (dado que se usa dinero público), entonces se puede tener lo que se ha visto en los últimos días, la corrupción dentro del sistema encargado de identificarla y corregirla: El Poder Judicial. Empero, el lector no debe sorprenderse de esto, pues no es la primera vez que se vislumbran audios que revelan el verdadero “ser” de muchas personas una vez que adquieren poder. Pero, tal como se ha indicado, estas conductas son normales en la esfera privada, incluso muchos no se dan cuenta que generan exactamente las mismas conductas pero inofensivas al presupuesto público y el servicio público. El problema es que aquellos con poder no saben diferenciar que ya no se encuentran en el ámbito privado, sino en el público, donde las reglas de juego deben ser distintas, porque su rol es servir al país, no servir a su propio beneficio ni el de sus amigos. Lamentablemente, el amiguismo se impone, esto es, los lazos de amistad por encima de las leyes, la moral y la ética.
Curiosamente, hay otro problema, típico de las bandas o tribus, y es el choque con otras bandas de similar o igual tamaño. Este tipo de conflicto por el poder, el territorio, la hegemonía (sic) es también natural en un mundo salvaje. Los amigos deben “cerrarse” ante el choque de otros grupos que desea “usurpar” su posición actual y lo natural es entonces defenderse, desde un punto de supervivencia grupal. Nada malo al parecer, salvo que para lograrlo, nuevamente, se incumplen leyes, procedimientos, criterios éticos o morales, por ejemplo, generando convenios fantasma, designando arbitrariamente a jueces, cobrando favores sobre resultados judiciales, entre otros.
En efecto, una manera de mantener sólido y unido a un grupo es reforzar aún más la interacción y los beneficios de estar en el mismo, a fin de evitar la disolución, escisión, segregación o absorción por parte de otros grupos de poder o que buscan poder. Para ello, se genera el intercambio de favores y/o la contratación de servicios contrarios a la ley, por ejemplo, elaborar exámenes sesgados para favorecer a algunos y afectar a otros, o bien examinar con mayor rigurosidad a algunos postulantes a jueces que a otros. Esta corrupción por amiguismo es endémica. No sólo existe un ánimo de lucro capitalista, sino “peor aún” (sí) un ánimo de ayudar al prójimo, lo que supuestamente es correcto, pero deja de serlo cuando se convierte en un ilícito. Pero si aquella persona que lo comete considera que la amistad está por encima de cualquier cosa, no tendrá ningún reparo en hacerlo.
Por lo tanto, subsisten dos preguntas: 1) ¿En qué punto la amistad se convierte en amiguismo? y 2) ¿Cómo evitar que se sigan incorporando al sector público personas que valoran más la amistad que las normas y procedimientos? Parecen fáciles pero la respuesta no es tan obvia. Tal como se ha dicho, la amistad, el amiguismo y la conformación de grupos cerrados es inherente al ser humano y de ello la corrupción que generan es endémica e inevitable. Este nivel de corrupción nunca va a desaparecer mientras no se enseñe que la amistad, como derecho de asociación humana, también debe hacerse dentro de los límites de la ley, tal como lo sugiere la propia Constitución. De lo contrario, el Poder Judicial, o cualquier conjunto de decisión o cualquier entorno relativo a las entidades públicas, no será otra cosa que una lucha entre tribus y un intercambio de favores para mantenerse dentro del grupo. Ahora bien, lo único que puede hacerse ahí es incrementar aún más el poder de supervisión. Pero este poder de supervisión debe estar manifiestamente alejado de dichos grupos, ya sea por barreras geográficas, lingüísticas, culturales, entre otros. Deben ser distintos, como el agua y el aceite. Porque como ya se ha visto, si el fiscalizador, supervisor o auditor es muy cercano, puede volverse un amigo más del grupo, por una infinidad de razones.
Lo cierto es, que todos queremos dar o recibir favores en algún momento de nuestra vida, la diferencia está en que algunos, o muy pocos, pueden distinguir lo correcto de lo incorrecto, luego de recibir la adrenalina del poder y el dinero. Así, los valores de pertenencia, realización o amistad, sumados con la existencia de necesidades insatisfechas y poca valoración de la justicia, han generado este escenario vergonzosos en la máxima autoridad jurídica del país. Esa crisis de valores es lo que está matando al Perú, y las generaciones que vienen no presentarían cambios significativos en este extremo, pues aún no existen suficientes estudios que indiquen como evitar caer y/o curar la adicción al poder, el amiguismo y el dinero.
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